“Las que no me amaron” no pretende ser una pieza con valor literario, porque su valía se sustenta en aquello que ni el dinero, ni los elogios, ni la trascendencia pudieran compensar. “Las que no me amaron” es un mensaje del Alma… son esos sentimientos que nos hicieron sentir extraordinariamente vivos y a su vez, dramáticamente muertos. “Las que no me amaron” es un agradecimiento, un reconocimiento, un elogio, -a veces plañidero, pero otras regocijante-, a esas mujeres que no supieron, no quisieron o no pudieron amarme; también a aquellas que se sintieron impedidas de hacerlo, en tanto y en cuanto tomé como opción seguir siendo yo mismo y salirme de su arquetipo de varón. A todas ellas, a las que amé con distinta intensidad y tiempos, a las que se llevaron mi ocupación, mis sonrisas y mis lágrimas, dedico estos poemas que por cada una escribí en horas sumamente especiales. Algunos de ellos, que sólo pertenecieron a una intimidad cómplice, serán resguardados con el lógico recelo que merecen, cuales piezas únicas apenas compartidas por dos. Los otros, aquí expuestos, son aquellos que alguna vez fueron publicados o tuvieron algún tipo de difusión, o bien permanecen anónimos a ellas.
A muchas de estas Mujeres, -apenas más de diez-(1) , que seguramente se han esforzado cada cual en su momento, por construir un feliz estar mutuo que no hemos podido lograr, les reconozco su denuedo, su poder de seducción, su devoto erotismo y sus destacadas percepciones estéticas, situaciones estas últimas que parecen tener gran determinación a la hora de enamorarme y también, de tanto en tanto, con dolor y con algunas lágrimas que a ellas dedico, debo humildemente agradecer sus engaños, sus decepciones y sus seguras no deseadas traiciones. Todos sinsabores de los cuales he aprendido, a costa de mascullar el credo de los derrotados, pero con el orgullo de ser partícipe del proceso que persiguen afanosamente los espíritus libertarios. Pues hoy, la libertad de todas ellas forma parte del gozo que siento por percibirme cómplice de la emancipación, de colaborarles por encontrar sus nuevos caminos y porque, poco a poco, el dolor de no tenerlas me ha enseñado a soltar.
Algunas de ellas no fueron más que, como dice Serrat, “los fugaces amores eternos”; otras han sido “mujeres-madres-amantes” inseparables, aún en el irremediable distanciamiento. A cada una de ellas debo también cada tropezón, cada caída, cada crisis, de las cuales supongo haber salido fortalecido y crecido. Por eso, debo reconocerles ser mis grandes maestras de la vida. Y no sólo en cuanto a aspectos amatorios se refiere.
“Las que no me amaron” también pretende diferen-ciarse de aquellas obsoletas y pobres versiones que dan cuenta, de que los poetas solemos referirnos con mayor asiduidad a las situaciones románticas idílicas. Este es un alegato, muchas veces sensual, otras triste, otras duras, pero siempre erótico; porque la vida, -como nosotros la concebimos-, lejos está de ser romántica o sexual. La vida es en esencia erótica, y es por ello que aún en el llanto, en el dolor o en la angustia del nudo en la garganta por extrañarlas, nunca he sentido ningún tipo de las emociones que ellas me han provocado, sin percibir Erotismo.
Por último, debo reconocer que pude aprender a darme cuenta, que no me han amado o han dejado de hacerlo, en tanto recibí la enseñanza y luego el conocimiento a modo de herramienta, que me aportara mi Amigo y Profesor, Jorge Cornejo Fernández, de que: el Amor, el Poder y la Justicia son inseparables. Es desde esa postura que hoy puedo decir, que quien no tiene actos justos contigo no te ama; tampoco pude hacerlo quien no te otorga poder. Y como sería lógico argüir también, que no ha de haber Amor sin Gratitud. Puede que ellas lo hayan ignorado, puede que lo hayan descuidado, puede que sólo en algún aspecto resulte hasta azaroso; sin embargo, lo real es hoy, que no han conseguido ser estos nuestros tiempos.
Como corolario, quiero decirles a todas ellas que las he querido, que las he amado, que aún las quiero y quizás también, - aunque de un modo distinto-, aún las ame. Que forman parte de los recuerdos imborrables y por tal, me acompañan vívidamente en cada instante. No considero un fracaso que no caminen junto a mí, porque fueron parte comprometida en cada tramo del sendero y les aseguro que aún hoy transitan en mi compañía por donde quiera que vaya, aunque bien pudieran tener el desatino de dudarlo.
A Ellas… Madres, Mujeres, Amantes, Amigas: vaya cual agasajo este modesto reconocimiento.
Gracias.
Aquella tarde de octubre cuando Javier me dijo que quería editar un libro que se llamaría "Las que no me amaron" , literalmente pensé: "en qué lío se va a meter… con qué necesidad...".
Con la imaginación me transporté a la España del año 1450 y lo imaginé como Tomás de Torquemada, el inquisidor español, con su larga hilera de herejes prontas a arder en la hoguera. Aunque no dije una palabra , mi cara debe haberme delatado porque me contestó: "pero no va a ser agresivo, va a ser un homenaje". Mi expresión pasó del espanto al desconcierto ante el manto de piedad que estaba desplegando, por lo que sólo pude articular un "ahhhhh...".
Me resultaba difícil mutar la imagen en mi cabeza del inquisidor Torquemada al magnánimo Papa (si bien ambos eran de la Iglesia). ¿Homenaje, reconocimiento a las que no me amaron…? Me sonaba a sobreactuación, a voluntarismo, a "lo que no te mata, te fortalece" y otras frases hechas de auto-ayuda de hojita de almanaque. Mis prejuicios estaban a la orden del día.
Creo que cuando nos referimos a "las/los que no me amaron" hay implícito un reproche que es visceral, que surge de lo más profundo, que no entiende razones ni argumentos y, aunque racionalicemos el tema y lo pasemos por el filtro de la lógica, el sentimiento del desamor persiste.
¿Sería exagerado decir que somos lo que somos por los amores y desamores que tuvimos? Quizás el amor y el desamor sean la principal materia prima con la cual estamos hechos. Curiosa mezcla de efectos tan dispares como distintas somos las personas; si hay un indicador de diferencias entre nosotros son las distintas maneras en que nos afecta un desamor, por eso es tan difícil empatizar al respecto… mientras algunos sangran por su herida, de afuera no nos parece tan grave. "Buscate otra -decimos- habiendo tantas mujeres...".
Somos una curiosa mezcla de amores y desamores… a simple vista y desde una mirada lineal, parecería ser que los amores sumany los desamores restan, por lo que nuestra felicidad estaría dada por el amor y la desdicha, por su ausencia; ¿realmente es así?
Somos seres complejos y nuestra vida es una abanico de posibilidades, de caminos que se abren y se cierran, de expectativas puestas al azar o cuidadosamente planeadas, de aciertos que terminan siendo errores y errores que posibilitan crecimientos, de rutinas y saltos al vacío. Dentro de esa complejidad está el amor y nosotros, que lo necesitamos como al agua y el sol, y a veces no sabemos cómo ni dónde obtenerlo; queremos recibir, pero no siempre sabemos dar y, como se dice en la calle: "le ponemos la ficha al número equivocado".
Y ahí están las que no te amaron… porque ellas siempre están… creen que el tiempo pasó y no las recuerdas, que quedaron atrás, que fueron historia, pero siempre sobrevuelan nuestros recuerdos; a veces como herida que nunca cierra, otras, como suave nostalgia o duros aprendizajes. Para bien y para mal son parte de nosotros, nos constituyen.
¿Las merecimos?: quizás sí, quizás no; vaya uno a saber… a lo mejor, también hay una hoguera para nosotros y una Torquemada deseosa de fuego justiciero; pero quiero creer que también somos capaces de ser piadosos, de aceptar lo que ya no se puede cambiar y ser justos con los otros y con nosotros, aunque el niño demandante que tenemos dentro siga a los berrinches y rabietas, reclamando un merecido (o inmerecido) amor.
Las que no nos amaron son como el lado oscuro de la luna: nunca lo mostramos, es nuestro secreto mejor guardado, no lo compartimos en reuniones familiares ni de amigos; ahí se queda en un cofre bajo siete llaves, aunque a veces hay una excepción a la regla y a alguien se le ocurre abrir el cofre y escribir un libro.
Daniel Rogelio Diez